La ciudad de las estrellas - La La Land

Pocas veces en el cine he sentido lo que sentí viendo La La Land. No es solo una película musical romántica, es mucho más que eso. Es todo un espectáculo visual, imaginativo y soñador. A través de las inquietudes de los protagonistas la película toca temas que todo el mundo ha experimentado alguna vez en su vida. Y todo eso lo hace mediante la música y los bailes. Y encima con Ryan Gosling y Emma Stone, ¿qué más se puede pedir?

Ella es una camarera que quiere triunfar como actriz, y él un pianista apasionado del jazz que quiere montar su propio club. Tras varios y oportunos encuentros, la pareja siente esa chispa que les hace bailar y cantar juntos al amanecer. Y entonces, se enamoran. Y empieza lo bueno... y también los conflictos.

Hasta ahí un breve resumen de la trama, que no es lo único bueno de La La Land. También lo son -y de una forma maravillosa- las canciones, los bailes, la música, el jazz, los colores del vestuario, los escenarios de cine... En definitiva, un conjunto redondo que hacen del filme algo mágico.

La película pasa por distintos géneros además del musical, como la comedia o el drama, y hace numerosos y bonitos homenajes a otras películas musicales y al mundo del cine en general. Y lo muestra con una nostalgia tan bien cuidada que hace que eches en falta las películas de los años 50 o 60. Porque ya no se hacen filmes así, eso está claro, y la propia La La Land lo sabe. Es por eso que se ambienta en la actualidad y toma elementos de otras épocas gracias a la música -con el jazz como gran protagonista-, los vestuarios e incluso los diálogos.

Y como mencionaba anteriormente, la historia toca temas que todo el mundo ha experimentado: luchar por tus sueños, con todo el esfuerzo que implica, tener que trabajar de cualquier otra cosa para tener dinero para cumplirlos, el miedo a arriesgarse, el amor, el apoyo y la conexión que todos aspiramos a encontrar en una pareja, y cómo finalmente las cosas no siempre suceden como nos habíamos imaginado o como queríamos que fueran. Y es ese sabor amargo, pero tan real, el que me llegó y emocionó tanto. Porque es muy fácil sentirse identificada con los protagonistas, y aunque la gente no se ponga a bailar en un atasco, La La Land nos permite hacer realidad ese sueño. Ese y muchos otros. Y eso es, en definitiva, lo que busca el cine. Hacernos soñar.

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