Mad Men

Está considerada como una de las mejores series del siglo XXI, y es por eso que me animé a verla. Sin embargo, al principio no comprendía a qué se debía toda esa supuesta genialidad que rodeaba a Mad Men, hasta que he alcanzado la cuarta temporada (de siete) y más o menos lo voy entendiendo.

Es una serie lenta, pausada, ambientada en una agencia de publicidad de los años 60, con mujeres como secretarias y amas de casa, a excepción de Peggy Olson (un personaje que me gusta y odio al mismo tiempo), y en el que el whisky y las relaciones extra matrimoniales están a la orden del día. Y todo ello liderado por un solo hombre, Donald Draper, que se cree el rey del mundo y al que no puedes evitar odiar, desear y compadecer a la vez.

Porque si algo caracteriza a Mad Men es que la mayoría de personajes masculinos que aparecen en la serie se creen con poder de hacer lo que les venga en gana, ya sea en su trabajo o con sus mujeres. Todo ello, por supuesto, acompañado de alcohol, cigarros (muchos cigarros), fiestas y glamour. Aunque a medida que avanza la serie esto va disminuyendo, ya que podemos conocer más sobre quién es en realidad Don Draper, la relación que mantiene con su mujer y sus amantes, y el empeño por ser el mejor en el sector publicitario.

En general la serie me está gustando, a excepción de que en ocasiones me resulta un poco lenta. Tan solo de pensar que me quedan otras tres temporadas enteras me da pereza. No obstante, la terminaré de ver para comprobar si continúa mejorando capítulo tras capítulo. De hecho, el final de la tercera temporada me parece brillante. Creo que ahora es cuando realmente comienza lo bueno, con una nueva agencia de publicidad, un matrimonio roto y todavía más ansias de éxito.

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