Mula

Clint Eastwood suele ser una apuesta segura, tanto detrás como delante de las cámaras, para hacernos disfrutar del cine. En su última película como director y protagonista ha conseguido hacer de una historia sencilla una gran película. Es lo que reclamo en el cine actual, que aborden la trama desde el principio, sin florituras, que la desarrollen bien y sepan cómo terminarla. Y desde luego Mula cumple con esos requisitos, y por eso la disfruté tanto.

Tal y como indica su nombre, Eastwood da vida a una mula, una persona que sirve como transportista para los narcotraficantes. El protagonista es un anciano que se ve en la ruina y al que le ofrecen lo que ha hecho durante toda su vida: conducir. Sin embargo, no debe abrir el contenido de su maletero. Ese juego entre la ingenuidad del protagonista y su necesidad de ingresos económicos, sin plantearse qué será lo que está transportando, dura un tanto en la trama, hasta que cada vez quiere más. 

Es fácil empatizar con él, ya que todo el dinero -aparte de algún lujo- lo invierte en las personas y cosas que le importan. Todo lo hace sin maldad y con una inocencia aparente, que más tarde se vuelve en su contra. A pesar de su sabiduría, no sabe retirarse a tiempo y se ve envuelto más de lo que le gustaría con peligrosos narcos. 

Por una vez, no se trata del típico héroe americano que Eastwood se ha dedicado a ensalzar, a excepción de mencionar que es un veterano de guerra. También tiene sus dramas familiares, una mala relación con su hija y su ex mujer, y una nieta con la que quiere hacer mejor las cosas. Por eso, no es solo una película de drogas o narcos, sino un drama familiar con el que es fácil conectar. Además, al principio no es el actor al que estamos acostumbrados a ver, tan frágil e ingenuo. Pero ese momento final, con esa boca torcida en un gesto tan característico suyo, le delata como el tipo duro que es en el fondo.

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