Noches de jazz en el Guggenheim

Por segundo año consecutivo, durante la Semana Grande de Bilbao, he tenido la oportunidad de asistir a las noches de jazz en el Museo Guggenheim. Toda una experiencia más que recomendable que mezcla música y arte en plenas fiestas de la ciudad, y que para mí se ha convertido en una velada mágica. La noche del 23 de agosto los encargados del concierto en directo fueron el grupo de Mouhannad Nasser y Albert Sanz, que presentaron el disco Mediterraníes, que mezcla sonidos del laúd sirio, el piano, el contrabajo y la percusión.

La enorme escultura de Joanna Vasconcelos titulada Egeria da la bienvenida a los visitantes que se sientan en el atrio para escuchar la música. Sin embargo, su gran tamaño, sus colores y luces intermitentes llaman tanto la atención que es difícil no dedicarle unas cuantas miradas. Sus brazos se expanden por toda la primera planta del Museo, invitando a seguirlos. Y tras un rato de jazz, eso hacemos. La primera sala está dedicada a la artista, y por fin descubrimos qué era el ruido que de vez en cuando interrumpía el concierto: un burka lanzado desde gran altura.

En esa misma sala nos encontramos con Soy tu espejo, el enorme antifaz hecho de espejos que refleja tanto el resto de obras como a los visitantes. También encontramos a Marilyn, unos zapatos gigantes compuestos por ollas y tapas, a La novia, una lámpara hecha con tampones, Call Center, compuesta de decenas de teléfonos que suenan todos a la vez y que toman la forma de una pistola, o Lilicoptère, un helicóptero revestido con plumas rosas.

Aunque a primera vista todas las obras llamen la atención por su tamaño, también lo hacen por sus mensajes, especialmente en la reivindicación de la mujer y la sexualidad femenina. Lo que caracteriza a estas esculturas es que están hechas con materiales cotidianos: planchas, aspirinas, ollas o teléfonos.

Esa misma noche también pude ver la exposición Arte y China después de 1989, el teatro del mundo, compuesta por obras de distintos artistas. Una de ellas, la que ha suscitado más polémica, es El teatro del mundo, ya que en su interior contiene reptiles vivos, y que pretende ser una metáfora del modo en que las sociedades modernas controlan a las personas. El videoarte y las performance son otras de las obras que componen la muestra, además de otras esculturas con reivindicaciones sociales y políticas.

En la última planta se encuentra la exposición que más ganas tenía de ver: Chagall, los años decisivos, 1911-1919. Expresionismo, surrealismo, cubismo, autorretratos y la vida judía se mezclan en un mismo espacio, llenando la estancia de cuadros más oscuros, con otros en los que predominan el rojo, el amarillo, el verde y el azul. El arte naíf, el cubismo y el expresionismo toman posesión de los cuadros, que en ocasiones representan situaciones surrealistas como los sueños de vívidos colores y complejas composiciones.

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