Buried

Ryan Reynolds. Un ataúd. Un móvil. Esos son los únicos componentes de Buried, y elementos suficientes para hacer una angustiosa película de hora y media en la que con un único actor y llamadas telefónicas se sucede la trama. Algo que, hay que reconocer, tiene mucho mérito, ya que solo hay un escenario y un personaje durante toda la historia, que a pesar de eso no se hace pesada ni insulsa, sino todo lo contrario.

La acción comienza cuando Paul (Reynolds) se despierta en un ataúd, totalmente a oscuras hasta que encuentra un mechero que le permite observar su delicada situación. De repente, suena un móvil. Sus secuestradores quieren un rescate o morirá enterrado vivo. Sólo dispone de unas horas para conseguir el dinero y de poca cobertura y batería.

Él, que es un simple transportista en la guerra de Irak, ha sido víctima de lo que al parecer es algo habitual en esas circunstancias. Sin embargo, no dispone del dinero que piden los secuestradores, pero logra contactar con el Gobierno para que le ayuden. Un hombre especializado en estos casos parece ser su única esperanza, todo ello a través del teléfono móvil. No obstante, la falta de oxígeno, de luz y de batería van haciendo mella en el protagonista, que además dispone de una linterna, una barra de luz y de un visitante inesperado.

La película logra transmitir toda la angustia que siente el protagonista al estar encerrado entre, literalmente, cuatro trozos de madera y un montón de arena que está sobre él. La oscuridad, la soledad y la incertidumbre de saber si finalmente lograrán rescatarle son los elementos que caracterizan al film y que le dan un tono único y digno de destacar. Porque no es nada fácil rodar tumbado, apretado, en una caja básicamente y con muy poca luz. Es sin duda todo un logro que con solo tres elementos se cuente una historia, y que se cuente bien. Muy recomendable.

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